El dúo Almodóvar/Iglesias siempre ha sido fructífera, hay que decirlo. El filme, que compitió por la Palma de Oro de Cannes, ha ganado el premio a la mejor música original de las 21 películas de la sección oficial y siete premios Goya de los 16 a los que optaba, entre ellos los premios a Mejor película, Mejor dirección y Mejor Música original. Numerosos son los proyectos audiovisuales que la dupla ha conseguido realizar, paso a nombrar: La flor de mi secreto (1995), Carne trémula (1997), Todo sobre mi madre (1999), Hable con ella (2002), La mala educación (2004), Volver (2006), Los abrazos Rotos (2009), La piel que habito (2011), Los amantes pasajeros (2013), Julieta (2016) y la presente Dolor y Gloria (2019).

En esta última película, la actuación de Antonio Banderas es increíble. El guión brillante y a la dirección hay que darle el valor que se merece. Acá, Almodóvar parece apostar plenamente por el drama. Es la etapa del director en el que se percibe más seriedad, alejado del folletín y lo telenovelesco. Un retrato intimista, donde Pedro se desnuda ante un guión increíblemente duro y real. Y la música, que no pasa desapercibida, matiza un relato en extremo íntimo, doloroso y melancólico.
Las noches que coinciden varios dolores, esas noches creo en Dios y le rezo. Los días que sólo padezco un tipo de dolor, soy ateo.
Alberto Iglesias siempre ha sido un compositor prolífico a la hora de orquestar las imágenes de Almodóvar. Su versatilidad no está en cuestionamiento. Ahí está, por ejemplo, Arreglo de cuentas –uno de los tracks de la Banda Sonora– que combina sonidos sintetizados con una plantilla instrumental ligera: cuerdas, piano y un clarinete; o por ejemplo, la sutileza del violín en esa escena de un Salvador sumergido en el agua. Iglesias logra matizar secuencias con muy poca instrumentación, sin dejar de ser expresivo. Manteniendo ese carácter melancólico casi hablado que lo caracteriza.
Podemos decir que Iglesias tiene un sello propio, que hay características que repite sin querer y que identifican sus composiciones (todo compositor las tiene). Para Iglesias la conexión de su trabajo con la cadencia del lenguaje hablado es fundamental. En entrevista para ELPAIS, manifestó que “La música de cine debe estar muy conectada con el habla, con la voz de los actores. Yo me fijo muchísimo en eso”. El compositor también ha confesado que lee los guiones previamente para comenzar a trabajar cuando el director ha terminado el primer montaje: "Hago un trabajo previo sobre las palabras, pero las interpretaciones de los actores marcan muchísimo el primer impulso que tengo de escribir".
En una entrevista más reciente, Iglesias habla sobre las decisiones tomadas en torno a la música de la película:
El sonido de la película nace de un sexteto de cuerda combinado con piano y clarinete, que nos daba la posibilidad de situar la música muy cercana al protagonista, de que estuviera presente en los planos cortos y evocar sus momentos de incertidumbre y dolor. Usé algunos sonidos electrónicos dando otra perspectiva de su actitud y sus emociones. La electrónica aparece cuando no tiene posibilidades de decisión o incluso de soñar. Es cuando la situación es demasiado dura. Es una música muy secuenciada que acompaña los momentos donde el protagonista pone su alma en la obligación de probar las drogas, en la obligación de ir hacia adelante. Está conectada con su sufrimiento. Es lo que he intentado evocar y transmitir a la audiencia.

Una de las imágenes mejor logradas musicalmente es el enfado de Salvador por no querer ser cura y que Iglesias traduce en una música de enérgicos pizzicatos que acompañan la huida del niño. Es especialmente destacable el bello tema asociado a la memoria de la madre, instrumentado por el clarinete y el piano, que le confieren un carácter íntimo a las conversaciones entre madre e hijo. En su edición discográfica podemos escucharlo en temas como Huevo de zurcir, La habitación de la madre o Noche en la estación de trenes II.
También existe un tema para piano que gira en torno a la figura de Eduardo, el albañil al que el joven Salvador enseña a escribir. La secuencia del niño y el joven alumno explica muy bien el descubrimiento del deseo: la insolación de un niño dentro de su propia casa, de su intimidad de repente vacía de padres; solo compartida con un joven desnudo, al sol, que se vuelca jarros de agua por encima y una atmósfera sonora propia de una poética marteliana. Se puede disfrutar en temas como El niño maestro o Arte popular.

La gloria de Iglesias está en su impulso por convertir cada nota en un discurso coherente y expresivo que se sostenga durante todo el filme sin caer en complejidades innecesarias. El dolor siempre ha estado allí, precisamente por la confrontación constante con las imágenes y con los recuerdos. Ese dolor, que se enfatiza con el cambio que experimentamos entre el antiguo yo que creíamos ser y el actual que creemos haber aceptado y con el que es imposible un contrato sin que la memoria reviva a patadas cada recuerdo vivido.
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